20 de junio de 2011

El gran ejemplo de Ana

Lucas 2:36-38
    También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era ya muy anciana. Se casó siendo muy joven, y había vivido con su marido siete años;37  hacía ya ochenta y cuatro años que se había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones.38  Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación  de Jerusalén.
 
Sin duda alguna el evangelio de Lucas está lleno de personajes fantásticos, que para muchos pueden pasar desapercibidos, sin embargo Lucas rescata la vida de ellos y les da un toque especial y más aún, los involucra en el relato de la vida de Jesús.

Ese es el caso de Ana, la hija de Fanuel… ¿Quién era ella y que podemos aprender de su ejemplo? 

El relato nos dice que Jesús es llevado al templo a los 40 días de nacido, para cumplir con la ceremonia judía de la circuncisión, es allí donde se encontraba esta mujer. De ella no sabemos nada más que lo que nos dicen estos versículos; pero Lucas nos traza en ellos un verdadero boceto de su carácter.

·     Ana era viuda.
Ahora que estoy casado, no me imagino el dolor que significaría perder a mi esposa, he visto a muchos experimentar ese tipo de situaciones y sin dudas es un sentimiento indescriptible.

Ana sabía lo que era el sufrimiento, pero lo interesante es que no estaba amargada. Estaba en el templo de Dios, le servía, a pesar de todo, los años no habían producido en ella resentimiento con su creador, al contrario estaba cerca del Señor.

El sufrimiento puede producir en nosotros una de dos cosas: o nos hace duros, amargados, resentidos y rebeldes a Dios, o nos hace más amables, tiernos y compasivos; puede hacernos perder la fe, o arraigarla aún más en nuestro corazón. Todo depende de lo que pensemos de Dios: si le consideramos un tirano, seremos unos resentidos; si le tenemos como nuestro Padre, estaremos seguros de que nunca hace que sus hijos derramen lágrimas innecesarias.

·     Ana tenía ochenta y cuatro años.
Era anciana, pero no había perdido la esperanza. La edad puede despojarnos del encanto y del vigor de nuestro cuerpo; y aun puede producir un efecto peor: los años pueden llevarse la vida del corazón hasta el punto de que se nos mueren las esperanzas que hemos abrigado antes, y nos contentamos y resignamos con las cosas tal y como son. También en esto todo depende de lo que pensamos de Dios: si creemos que es distante y desinteresado, podremos caer en la desesperación; pero si creemos que está interesado y conectado con la vida, y que no retira la mano del timón, estaremos seguros de que lo mejor está todavía por venir, y los años no nos harán nunca perder la esperanza.

Ahora la pregunta del millón, ¿Cómo es que Ana era así?

·         Nunca dejaba de adorar a Dios.

Pasaba todo el tiempo en la casa de Dios y con el pueblo de Dios.
Dios nos ha dado su iglesia para que sea nuestra madre en la fe. Nos privamos de un tesoro incalculable cuando descuidamos el ser parte de un pueblo que da culto a Dios.

Ana no solo llegaba el templo, sino que también servía en el templo. Estaba involucrada en las cosas de Dios. Lo peor que podemos hacer cuando estamos viviendo una situación de prueba en nuestra Fe, es alejarnos de la iglesia y dejar de servirle a Dios. Cuando nuestros músculos espirituales se encuentran activos, Dios se encarga de ayudarnos, estar con nosotros, y darnos las salidas a nuestras angustias.

·     Nunca dejaba de orar.
Servir en la iglesia es importante pero orar es algo grande. Un cristiano sea cual sea la situación a la que se enfrente debe hacerlo de rodillas. La oración nos conecta con el único ser que puede darnos la fuerza para seguir adelante, nos enfoca en Jesús y nos ayuda a expresar nuestros sentimientos con nuestro creador.

Ana nunca dejaba de orar, aun cuando no oramos con un corazón suave, Dios está dispuesto a escucharnos, nuestro dolor es su dolor también, Él pone su mano en nuestro hombro aún cuando no lo sentimos plenamente.

Así que los años habían dejado a Ana sin amargura y con una esperanza inquebrantable, porque día tras día se mantenía en contacto con el que es la fuente de toda fuerza, y en cuya fuerza se perfecciona nuestra debilidad, por eso Dios la premió con ver al Mesías que tanto habían esperado los Judíos.

¡Qué gran ejemplo de Mujer!