Lucas 2:36-38
También
estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era
ya muy anciana. Se casó siendo muy joven, y había vivido con su marido siete años;37 hacía ya ochenta y cuatro años que se había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino
que servía
día y noche al Señor, con ayunos y oraciones.38 Ana se presentó en aquel mismo momento,
y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban
la liberación de Jerusalén.
Sin duda alguna el
evangelio de Lucas está lleno de personajes fantásticos, que para muchos pueden
pasar desapercibidos, sin embargo Lucas rescata la vida de ellos y les da un
toque especial y más aún, los involucra en el relato de la vida de Jesús.
Ese es el caso de
Ana, la hija de Fanuel… ¿Quién era ella y que podemos aprender de su ejemplo?
El relato nos dice que
Jesús es llevado al templo a los 40 días de nacido, para cumplir con la
ceremonia judía de la circuncisión, es allí donde se encontraba esta mujer. De
ella no sabemos nada más que lo que nos dicen estos versículos; pero Lucas nos
traza en ellos un verdadero boceto de su carácter.
· Ana era viuda.
Ahora que estoy
casado, no me imagino el dolor que significaría perder a mi esposa, he visto a
muchos experimentar ese tipo de situaciones y sin dudas es un sentimiento
indescriptible.
Ana sabía lo que era
el sufrimiento, pero lo interesante es que no estaba amargada. Estaba en el
templo de Dios, le servía, a pesar de todo, los años no habían producido en
ella resentimiento con su creador, al contrario estaba cerca del Señor.
El sufrimiento puede
producir en nosotros una de dos cosas: o nos hace duros, amargados, resentidos
y rebeldes a Dios, o nos hace más amables, tiernos y compasivos; puede hacernos
perder la fe, o arraigarla aún más en nuestro corazón. Todo depende de lo que
pensemos de Dios: si le consideramos un tirano, seremos unos resentidos; si le
tenemos como nuestro Padre, estaremos seguros de que nunca hace que sus hijos
derramen lágrimas innecesarias.
· Ana tenía ochenta y
cuatro años.
Era anciana, pero no
había perdido la esperanza. La edad puede despojarnos del encanto y del vigor
de nuestro cuerpo; y aun puede producir un efecto peor: los años pueden
llevarse la vida del corazón hasta el punto de que se nos mueren las esperanzas
que hemos abrigado antes, y nos contentamos y resignamos con las cosas tal y
como son. También en esto todo depende de lo que pensamos de Dios: si creemos
que es distante y desinteresado, podremos caer en la desesperación; pero si
creemos que está interesado y conectado con la vida, y que no retira la mano
del timón, estaremos seguros de que lo mejor está todavía por venir, y los años
no nos harán nunca perder la esperanza.
Ahora la pregunta del millón, ¿Cómo es que Ana era así?
·
Nunca dejaba de
adorar a Dios.
Pasaba todo el tiempo en la casa de Dios y con el pueblo
de Dios.
Dios nos ha dado su
iglesia para que sea nuestra madre en la fe. Nos privamos de un tesoro
incalculable cuando descuidamos el ser parte de un pueblo que da culto a Dios.
Ana no solo llegaba
el templo, sino que también servía en el templo. Estaba involucrada en las
cosas de Dios. Lo peor que podemos hacer cuando estamos viviendo una situación
de prueba en nuestra Fe, es alejarnos de la iglesia y dejar de servirle a Dios.
Cuando nuestros músculos espirituales se encuentran activos, Dios se encarga de
ayudarnos, estar con nosotros, y darnos las salidas a nuestras angustias.
· Nunca dejaba de
orar.
Servir en la iglesia
es importante pero orar es algo grande. Un cristiano sea cual sea la situación
a la que se enfrente debe hacerlo de rodillas. La oración nos conecta con el único
ser que puede darnos la fuerza para seguir adelante, nos enfoca en Jesús y nos
ayuda a expresar nuestros sentimientos con nuestro creador.
Ana nunca dejaba de
orar, aun cuando no oramos con un corazón suave, Dios está dispuesto a
escucharnos, nuestro dolor es su dolor también, Él pone su mano en nuestro
hombro aún cuando no lo sentimos plenamente.
Así que los años habían dejado a Ana sin amargura y con
una esperanza inquebrantable, porque día tras día se mantenía en contacto con
el que es la fuente de toda fuerza, y en cuya fuerza se perfecciona nuestra
debilidad, por eso Dios la premió con ver al Mesías que tanto habían esperado los
Judíos.
¡Qué gran ejemplo de Mujer!