Como ciudadanos de cualquier nación estamos
expuestos a seguir las leyes que nuestros gobiernos nos imponen. Como
discípulos tenemos la convicción de seguir esas leyes como una forma de
respetar a nuestras autoridades, sin embargo ¿Qué hacemos cuando las leyes
humanas entran en conflicto con las leyes espirituales?
Ser un ciudadano del reino de Dios no es
fácil. Lo que lo hace particularmente difícil es que el reino de Dios, a
diferencia de todos los demás reinos, no domina de forma exclusiva ninguna extensión
geográfica. De manera que sus ciudadanos siempre viven bajo dos gobiernos:
el reino de Dios y uno de los reinos del mundo.
¿Cuál
gobierno debemos obedecer los cristianos?
La situación no es diferente a la de un
ciudadano de los Estados Unidos que vive en un país extranjero. Suponga que Joe
Americano, un ciudadano de los Estados Unidos, se mudara a Alemania y
consiguiera un trabajo allí. ¿Acaso el hecho de ser un ciudadano de los Estados
Unidos lo eximiría de obedecer las leyes alemanas? De ninguna manera. Si él
viola las leyes de tránsito alemanas, no será exonerado porque sea un
extranjero. Si Joe asalta un banco, será procesado según las leyes alemanas. Y,
por lo tanto, enfrentará la prisión en Alemania. Además, aunque Joe sea un
ciudadano americano, si él trabaja en Alemania tendrá que pagar impuestos en
Alemania.
Por otra parte, aunque sea un extranjero,
Joe Americano también tiene varios derechos bajo las leyes alemanas. Él
tiene derecho a la protección de la policía, lo mismo que un ciudadano alemán.
Él puede acudir a los tribunales alemanes para presentar una demanda. Y si él trabaja
en Alemania, recibe la protección de las mismas disposiciones de seguridad de
su centro de trabajo que recibiría cualquier ciudadano alemán.
Nuestra situación como ciudadanos del reino
de Dios es prácticamente idéntica a la situación de Joe. Aunque somos
ciudadanos del reino de Dios, tenemos que obedecer las leyes del lugar donde residimos.
Las escrituras dejan esto bien claro:
Por causa
del Señor, sométanse a toda autoridad humana: tanto al emperador, porque
ocupa el
cargo más alto, como a los gobernantes que él envía para castigar a los
malhechores
y honrar a los que hacen el bien. Porque Dios quiere que ustedes hagan el
bien, para
que los ignorantes y los tontos no tengan nada que decir en contra de ustedes.
(1 Pedro
2:13-15).
Aunque somos ciudadanos del reino de Dios,
no vemos a los gobiernos terrenales como fuerzas hostiles e ilegítimas. Esto se
debe a que entendemos que los reinos del mundo derivan su autoridad de parte de
Dios. Las escrituras son bien claras en cuanto a esto: Todos deben
someterse a las personas que ejercen la autoridad. Porque no hay autoridad que
no venga de Dios, y las que existen, fueron puestas por él. Así que quien se opone
a la autoridad, va en contra de lo que Dios ha ordenado. Y los que se oponen
serán castigados; (Romanos 13:1-2).
Una de las aparentes ironías de ser un
ciudadano del reino de Dios es que para ser obedientes a Cristo, primero
tenemos que ser obedientes al César. De hecho, por lo general los
ciudadanos del reino de Dios son más concienzudos en lo que se refiere a
obedecer las leyes de los gobiernos terrenales que aquellas personas cuya única
ciudadanía está aquí en la tierra.
El conflicto de los reinos
Ahora bien, volvamos por un momento a
nuestro ejemplo de Joe Americano que vive en Alemania. ¿Qué tal si las leyes de
Alemania entran en conflicto con las leyes de los Estados Unidos? Por ejemplo, ¿qué
tal si, para obedecer las leyes de Alemania, Joe tuviera que cometer un acto
desleal contra los Estados Unidos? En ese caso, Joe tendría que decidir dónde
quiere él su ciudadanía permanente. Ya que cuando surja un conflicto, él no
podrá obedecer a ambos gobiernos. Él tendrá que elegir.
Dad a Dios lo que es de Dios
A partir de la lectura de los pasajes
anteriores de Romanos 13, algunas personas han terminado creyendo que los
gobiernos terrenales bajo cuya influencia vivimos tienen todo derecho
sobre nosotros. Ellos creen que debemos toda nuestra lealtad, y hasta nuestras
propias vidas, a la nación en la cual vivimos. Sin embargo, las escrituras
nunca dicen esto. Nunca debemos olvidar la respuesta de Jesús cuando los
fariseos y los herodianos le preguntaron si era lícito dar tributo al César. Él
les dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”
(Mateo 22.21).
Por favor, note que los fariseos y los
herodianos no le habían preguntado a Jesús por Dios. Ellos sólo le habían
preguntado por el tributo. Al traer a Dios a colación, Jesús demostró que estos
interrogadores tenían una visión muy corta. Sus corazones estaban enfocados en
las cosas de este mundo, no en las cosas eternas. Por supuesto, ellos debían dar
tributo al César. ¿Por qué? Porque su imagen estaba grabada en sus monedas.
Dios no acuñó aquellas monedas. Fue el César quien lo hizo. Así que, denle a él
lo que ya es de él.
Pero, ¿qué tal de nosotros los humanos? ¿Qué
imagen está impresa en nosotros? ¿Acaso la imagen del César? No. Dios nos creó
a su imagen.
Nosotros pertenecemos a él. Por lo tanto,
Dios tiene el derecho supremo sobre nuestras vidas. El César sólo tiene derecho
sobre las cosas que él ha creado. Él no ha creado nuestros cuerpos ni nuestras almas.
Por tanto, él no tiene derecho sobre ninguna de las dos cosas.
En Romanos 13, Pablo nos dijo que nos
sometamos a las autoridades superiores o gobernantes. Pero luego él pasa a
describir las áreas de sujeción a las cuales se está refiriendo: “Pagad a todos
lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto,
respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a
otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Romanos 13.7–8).
Por favor, note que Pablo sólo menciona las
cosas terrenales: tributo, impuestos, respeto y honra. Todas estas cosas
están en el mundo del César.
Como he destacado anteriormente, la mayoría
de los gobiernos terrenales no están satisfechos solamente con lo que es del
César. Ellos también desean lo que es de Dios. Ellos creen que tienen derecho a
la lealtad absoluta e incondicional de todos sus ciudadanos. Ellos incluso se
creen dueños de las vidas de sus ciudadanos y, en gran medida, sus almas. Pero
como Tertuliano preguntó: “¿Cuáles cosas serán de Dios si todas las cosas son
del César?” En realidad, ¿qué les queda a la mayoría de los cristianos profesos
para darle a Dios? Ellos, como de costumbre, le han dado sus vidas, su dinero,
su juventud, sus almas y su lealtad incondicional al César.
¿Qué les queda para darle al reino de
Cristo? Nada, salvo algunas migajas de sobra: sus diezmos y unas pocas horas
semanales de su tiempo. ¡Y creen que eso será aceptable para Jesús!
Cuando el César quiere lo que es de Dios
Entonces, ¿qué debemos hacer si las leyes
del César y las leyes de Dios entran en conflicto? Bueno, en lo
esencial estamos en la misma posición que Joe Americano en nuestro ejemplo. Él
tiene que decidir a cuál país le rendirá su lealtad absoluta: Alemania o los
Estados Unidos.
Él no puede darle su lealtad absoluta a
ambos países. Asimismo, los ciudadanos del reino de Dios tienen que decidir a
cuál reino rendirle su lealtad absoluta, el de Dios o el del César.
Los apóstoles fueron puestos a prueba con
relación a este mismo asunto. Jesús les había encomendado anunciar las buenas
nuevas del reino. Sin embargo, las autoridades judías los arrestaron y les
ordenaron no predicar más acerca de Jesús. Ahora bien, estas autoridades judías
no eran ningún tipo de renegados usurpando la autoridad gubernamental. Entre
ellos estaba el sumo sacerdote, cuya posición había sido directamente
establecida por Dios. Y el gobierno romano aceptaba su autoridad en asuntos de
la religión judía. Pero nada de esto cambiaba las cosas. Los apóstoles
habían recibido sus órdenes de Jesús, a quien ellos reconocían como su Rey y a
quien ellos le dieron su lealtad absoluta. De modo que ellos le
respondieron a las autoridades judías: “Juzgad si es justo delante de Dios
obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos
visto y oído” (Hechos 4.19–20). Y al ser liberados, los apóstoles fueron
directo a las calles y continuaron predicando.
Las autoridades pronto los volvieron a
llamar para intimidarlos: “¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en
ese nombre?” Pero Pedro y los otros apóstoles les respondieron: “Es necesario
obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.28–29).
¿Qué debemos aprender nosotros de su
ejemplo? Debemos aprender que si queremos convertirnos en ciudadanos del reino
de Dios y mantener nuestra ciudadanía, nuestra lealtad será primeramente
para su reino. No hay lugar para titubeos cuando se trata de decidir a quién
obedecer cuando los mandamientos de nuestro Rey celestial entran en conflicto
con los de los gobernantes terrenales. La respuesta es siempre la misma:
tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres. Si queremos ser ciudadanos
del reino de Dios, tendremos que reconocer que su reino es el reino predominante.
Conclusión:
En base a lo que
hemos visto anteriormente nuestro deber como cristianos está en cumplir paso a
paso con cada una de las disposiciones de las leyes humanas, sin embargo cuando
estas entran en conflicto con las leyes de Dios debemos decidir a quién debemos
obedecer y jurar lealtad. Dios espera que seamos fieles a sus leyes.
Esto es aplicable
a los casos antes mencionados de discípulos que tienen trabajos donde en algún
momento se enfrentan las leyes humanas con las espirituales. Dios nos pedirá cuentas a quien rendimos obediencia.
*Tomado en su mayoría del capítulo 12 del
libro “El reino que trastornó el mundo de David W. Bercot.