Suspenso en el cielo, un día que nadie se imaginaba
vivir, los profetas lo visualizaron y se asustaron, pensaron que Dios lo había
castigado. Los ángeles apartan la mirada, y a Dios se le estremece el corazón.
El calendario de Dios anunciaba que el día había
llegado, no había marcha atrás, no se podía abandonar el plan, todo el universo
a la expectativa. Jesús el hijo amado de Dios iba a ser ejecutado por su propia
creación, iba a sufrir física y emocionalmente la peor de las muertes, sus
últimos días en la tierra iban a estar cargados de dolor, traición, abandono. El
carpintero de belén iba a enseñarnos la más grande demostración de amor que
nadie jamás hará por nosotros.
Mientras tanto las huestes del mal creen que han
vencido, Satanás se frota las manos sin saber que sus días están a punto de
llegar a su fin y para siempre.
Los discípulos, para ellos fue una semana difícil,
todavía trataban de entender algunas de las ultimas enseñanzas del maestro,
pensaban y comentaban entre ellos ¿que era todo eso? ¨por un momento voy a
dejarlos, pero luego vendré a traerlos¨ no entendían a donde iba Jesús ni las
cosas que les decía. Definitivamente el Maestro ha estado extraño últimamente (comentaban).
Volvamos al cielo, el Padre llora, no puede hacer
nada, con gusto mandaría a una legión de ángeles que recataran a su hijo, que
lo salvaran de esa muerte vergonzosa, pero no puede, su amor por nosotros lo
mantiene observando, su corazón se estremece cuando ve que los soldados se
llevan a su hijo, le duele ver como lo abofetean, como se burlan del acto de
compasión mas grande de la historia. No puede hacer nada.
¿Qué tal el maestro? ¿Qué siente? ¿Hay chance de
llorar? No.
Jesús enfrenta la muerte pensando en nosotros. Como
una oveja cuando la trasquilan se ofrece voluntariamente, como un siervo
obediente colabora con los soldados. Aun piensa en sus discípulos, en Pedro, en
Juan, en Santiago, piensa en lo que les pueden estar haciendo los Romanos, piensa
en su Madre, esa que le dio la vida, esa que lo cargó en sus brazos, aquella
que lo alimentó, esa madre que sufrió por Él, piensa en ella y se le ocurre
dejarla con su discípulo más querido.
Jesús nunca retrocedió, como todo un héroe continuó
valiente hacia delante, el sufrimiento que pasó solo lo hizo ratificar su amor
por nosotros. Es ese Jesús a quien
admiro y por quien mi vida tiene sentido. Es ese Jesús quien no tiene
comparación, quien nos ha regalado una puerta directa al Padre, quien nos
motiva cada día pensando en lo que Dios nos tiene preparado en el cielo. Es a
ese Maestro a quien amo, y quien nos ha regalado una vida eterna, el mejor
regalo que podemos tener.
No menospreciemos lo que Jesús ha hecho por
nosotros, no nos desviemos en la tradición, en las películas, en las
procesiones, sin pensar en lo que realmente debemos entender ¡Nosotros matamos
a Jesús! Con nuestro pecados, con nuestro estilo de vida que no podíamos
frenar, con aquellos resentimientos que no podíamos perdonar, con nuestra
incapacidad humana de encontrar una salvación. Recordemos que la razón
principal de la venida de Jesús aquí en la tierra fue para salvarnos. Lo único que
podemos hacer ahora es decir ¡Gracias! Admirar y valorar ese amor, recordar ese
día y entender lo que nos ha amado el Padre y seguir adelante tratando de ser
mejores para la gloria de Dios.
Isaías 53: 6-8
Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo
cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos
nosotros. Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la
boca; lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir la
boca, como una oveja cuando la trasquilan. Se lo llevaron injustamente, y no
hubo quien lo defendiera; nadie se preocupó de su destino. Lo arrancaron de
esta tierra, le dieron muerte por los pecados de mi pueblo.